Eran las 3 de la madrugada, según el reloj marcaba a la vez del batallar con el calor de aquella noche jovial del hospital público. El ambiente mostraba lo normal y lo necesario del diario vivir de la urbe sanitaria. El número que crudamente parpadeaba el siguiente turno del cliente herido, o del acompañante enebrado por la gravedad de la visita; la mirada desintresada de la interna, al ver la situación al frente, y el frío escupir del guardia de seguridad que derrogaba su mirada haca la urbe del pasillo. La desesperación y la intriga de la multitud, saturaba el orden del panorama andante. De nuevo el número empezó a parpadear, denotando que otra persona viniera a tejer la historia y razón de la visita. Los segundos pasaban y el pasillo se llenaba más y más, como agujas en un pajar. La chispa deliberante del bombillo blanco, dibujaba la cicatriz tuerta que emanaba el ambiente. El número desapareció para no encender más, mientras el ambiente seguía trazando sus líneas.                                                                                                                                                                                                                                                  Una mujer de unos treinta años de edad, se sentaba con toda su tranquilidad a pesar de que su cuerpo mostraba lo que era la etapa final de la gestación, ya con casi nueve meses. Su piel india servía de mapa en cuanto a las contracciones del embarazo, sus relajados párpados no contemplaban el imsomnio improvisado de los pasados meses, mientras su larga cabellera rizada servía de amortiguamiento ante la lánguida pared. El respirar a la par de las agujas del reloj mientras miraba a su marido, arrodillado frente a ella, con la felicidad denotada en sus ojos, pues viene otro bebé al mundo medio aislado por la guerra e la ignorancia. Su mano derecha estaba aferrada a su primogénito, quien estaba mirando directamene a su madre, pues es la etapa en la que todo se complica y saldrá al aire. Vivir acariciando la mano de su madre para el creer tranquilizarla ante las contracciones finales.

-          --¿Estas asustado Ahmosed? ¿Estás preparado para ver a tu hermana? – Le pregunta la mujer al niño.

-          --No mamá. Ya quiero ver su rostro, lo que me presentaste en las fotos ya no servirá. – Le responde Ahmosed.

-          --Ahmosed, recuerda que tu madre no necesita tanta presión. – Le reprocha el padre.

-          --Mohammed, por favor descuida. Estoy relajada. Mi criatura ha causado menos problemas desde la vez que tuve a Ahmosed, en mi vientre. – Le dice la mujer.

-         -- Lo sé querida, sólo quiero que estés relajada. – Le dice Mohammed con preocupación. – Por Allah, tenemos mas de media hora y no nos han dado ni una mísera silla de ruedas para llevarte a una sala para iniciar el proceso.


-        --  ‘’Ojalá mamá estuviera aquí’’. – Se dice entre si misma la mujer.  

      Ishawari no se consideraba la mejor mujer del mundo, pero si con mucha dicha al tener un marido como Mohammed y con un hijo como Ahmosed. Era un matrimonio musulmán como cualquier otro, Mohammed siendo profesor de Astronomía en una universidad de El Cairo e Ishwari siendo una activista social por los derechos de la mujer en su país, criando al pequeño Ahmosed mas otra en el camino, ponía en perfecto balance el matrimonio de los Musrit. El estar embarazada y dar a luz en medio de una guerra civil eso deja mucho que desear. Los bombardeos eran concurrentes en la semana, mientras los conflicos entre el gobierno y la comunidad servía de ingrediente especial para el clima mundial. Las intervenciones diplomáticas de los hermanos países se iban escaseando. No quieren crear otra Siria en su lugar. A pesar del panorama, Ishawari tenía una tranquilidad, pues los dolores del pre-parto ya se empezaban a definir. Mohammed estaba mas inquieto mientras que Ahmosed todavía sostenía la mano de su madre y miraba directamente la panza de su madre. El marcador vuelve a encender presentando el turno de los Musrit. 

      -Perdonen la tardanza, se ha armado una tonta pelea entre un chiíta y un judío sefardí, en la Sala de Emergencia. - Le dice el doctor. TUvimos ue retenerlos; al menos le pude conseguir una habitación a ustedes. 
       
     -Descuida Marcos, muchas gracias por tu ayuda.- Le responde efusivamente Mohammed. - Este es el hospital mas seguro de la ciudad del Cairo. 

    -Gracias Marcos. - Le agradece Ishawari. 

    -Gracias Dr. Florido. - Le agradece Ahmosed. 

      Marcos Florido es un amigo entrañable de Mohammed en los tiempos de la universidad. Oriundo de España, de la ciudad de Jaén, cerca de Ubeda, piel bronceada por el mismo Sol. Ojos grises y mediano de estatura. Residente en Egipto desde hace ya algunos años. La travesía del pasillo hasta la habitación fue un poco mas tediosa para Ishawari. Agarraba su panza en señal de que la criatura ya estaba a punto de salir. Marcos aceleró el paso mientras que Mohammed se quedaba con Ahmosed en el pasillo. Ya legando a la sala contigua a la habitación, Ishawari empezaba a desvestirse y a reponerse la bata para ir a la sala de cirugías. Las enfermeras empezaban su rápida tarea de trasladarla a la sala. Con el nerviosismo en sus ojos, Ishawari mira hacia todos los presentes en la sala. Marcos le sostiene la mano para calmarla, mientras ya los instrumentos se iban acercando. Ishawari mira hacia el techo blanco y con un largo suspiro se dice:

     "Ojalá mamá estuviera aquí."












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Comentarios

  1. Espero por continuación u otro cuento más. Con el primer párrafo ya me sentía yo igual en la sala desesperante de la espera.

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