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Eran las 3 de la madrugada, según el reloj marcaba a la vez del batallar con el calor de aquella noche jovial del hospital público. El ambiente mostraba lo normal y lo necesario del diario vivir de la urbe sanitaria. El número que crudamente parpadeaba el siguiente turno del cliente herido, o del acompañante enebrado por la gravedad de la visita; la mirada desintresada de la interna, al ver la situación al frente, y el frío escupir del guardia de seguridad que derrogaba su mirada haca la urbe del pasillo. La desesperación y la intriga de la multitud, saturaba el orden del panorama andante. De nuevo el número empezó a parpadear, denotando que otra persona viniera a tejer la historia y razón de la visita. Los segundos pasaban y el pasillo se llenaba más y más, como agujas en un pajar. La chispa deliberante del bombillo blanco, dibujaba la cicatriz tuerta que emanaba el ambiente. El número desapareció para no encender más, mientras el ambiente seguía trazando sus líneas.                 

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